Search

Suscríbete y recibe todas nuestras actualizaciones

Hacia la organización flexible el nuevo hábitat del ser humano libre

 Alejandro Serralde S.*

La libertad del ser humano dentro de la organización flexible, solamente puede ser alcanzada con actos de conciencia encaminados, al rescate del ser.

Introducción

El medio ambiente que inmediatamente nos rodea antes de que tengamos conciencia del ser, está caracterizado principalmente, por un denso tejido cuya trama se desprende del conjunto de creencias en las que nuestra familia ha descansado, como un recurso de guía y normatividad, que le da las seguridades esenciales al enfrentar la vida. Por decirlo de alguna manera, éste es nuestro primer contacto con la noción más primitiva de la estructura. Todo el tiempo que le toma al individuo alcanzar un nivel aceptable de conciencia, viene a ser un período de asimilación pasiva de la importancia que tiene mantenerse dentro de la estructura, a cambio de la supervivencia. Desde temprana edad y durante varios años nos ha tocado suscribir un acuerdo, al margen de la consciencia, por medio del cual nos aseguramos los satisfactores esenciales a cambio del respeto incondicional a las normas establecidas en nuestro medio familiar.

Al momento de despertar a la conciencia, se dan las primeras manifestaciones de ruptura con ese denso tejido que nos rodea y que condiciona la mayoría de nuestros actos, ya sean estos sentidos, razonados o intuidos. Tales reacciones de separación nos llevan a ser percibidos como rebeldes, irrespetuosos, irracionales, desagradecidos, separatistas. Ante la ostensible pérdida de influencia de los padres sobre los hijos que han despertado a la conciencia, se dan también manifestaciones de represión, algunas veces inconscientes, que buscan preservar el “status quo” es decir, conseguir el sometimiento incondicional “ad infinitum”. Tales acciones generalmente toman la forma de actos de autoritarismo, invariablemente acompañados de tácticas de condicionamiento, empleadas para inhibir cualquier intento de separación de la estructura, o dígase, cualquier intento de alejarse del “deber ser”.

Nuestro primer tramo de vida generalmente es recorrido por la vía de la asimilación inconsciente, que nos lleva a dejar los primeros cimientos de lo que será más adelante la arquitectura de nuestro proyecto de vida. Conforme a esto, la solidez de los cimientos queda prácticamente a expensas de la validez de las creencias de quienes diseñaron nuestro hábitat. Con ello, el éxito de nuestro proyecto frecuentemente está sujeto a las razones del “deber ser” decididas por otros, más que a nuestras propias razones.

La realidad de la organización humana

Bajo la óptica de lo anterior, la libertad del ser humano dentro de la organización flexible en la que fuimos gestados, solamente puede ser alcanzada con actos de conciencia encaminados, al rescate del ser, al reconocimiento de la propia ontología, y esto infelizmente conduce a una confrontación de las creencias originales, a una ruptura con la estructura original.

Hay almas débiles que se amedrentan ante la sola posibilidad de salir del sistema y perder toda consideración de los miembros de la organización primaria, quienes terminan por canjear la consideración y la aceptación, por la libertad. En tales seres humanos la conciencia no alcanza el nivel de la individualidad y puede decirse que actúan impulsados por una conciencia común, aceptada por conveniencia, por una conciencia que no les es propia, por una conciencia asimilada inconscientemente, que no tiene nada que ver con su realidad existencial. Los sentimientos quedan entonces condicionados a la conciencia común, el pensamiento es una extensión de la ‘lógica del sistema’, y la intuición queda, las más de las veces, encerrada tras una gruesa reja de prejuicios.

De esta cepa y tras este proceso genérico, que no único, salen las células entrenadas para incorporarse al sistema político, económico y social, a través de un reducto exclusivo, un pasadizo único (por diseño del ‘establishment’) que es la educación formal en centros educativos, públicos o privados. El fino hilo del que depende el arribo vigoroso de las nuevas almas al macro sistema, lo conforman las instituciones educativas, tramadas con los buenos hábitos de estudio, con los valores culturales predominantes y con la ambición personal.
Queda claro que la calidad de la cepa es muy vulnerable en razón de que depende principalmente de las creencias válidas para la organización primaria, como también queda claro que la debilidad del alma produce seres humanos mediatizados, entrenados y condicionados para “pertenecer a un sistema”, y súmase a esta claridad, la evidencia de que existe sólo un reducto formalmente aceptado por el sistema para llegar al gran escenario, el escenario de la realización personal, como ciudadano, como profesional, como ser humano.
El macro sistema por su parte, tiene unas ciertas normas para regir la admisión de los nuevos participantes y desde luego se “reserva el derecho” de aceptar o no a los nuevos miembros. A esta altura del análisis también empieza a verse claro que, por definición, no siempre puede uno incorporarse por su propia voluntad a un gran sistema, porque para ello “debe de ser aceptado”.

Consintiendo también que hay posibilidades de que un nuevo miembro se incorpore si cumple con las normas mínimas, una vez dentro del gran sistema, también hay un conjunto de normas que cumplir para asegurar la permanencia, y que por otro lado buscan dar tranquilidad a los lugartenientes del gran sistema. Tanto las normas de admisión corno las de la permanencia vienen a ser una edición más costosa del “deber ser”, ya que lo que aquí está en juego es la participación en el sistema productivo con mis ideas, mis inquietudes, mis convicciones, mis anhelos, mis fantasías. Si en algún momento mi oferta profesional encaja en las necesidades de la organización, la cosa va bien, y si es al contrario, la organización no flexible siempre tiene la razón y tarde que temprano me veré precisado a tomar la decisión de apostarle a la organización, o bien apostarle a mi proyecto de vida, y normalmente una excluye a la otra.

La gran organización ha sido diseñada para que quienes han logrado pertenecer a ella compartan incondicionalmente todas las normas, preceptos, criterios, convicciones y valores; cualquier disensión significa la separación total. Cuando se habla de libertad del ser humano, dadas las condiciones prevalecientes, ¿será posible realmente el libre albedrío? Ese es el interés central del presente trabajo, desarrollado de manera abstracta sobre la “organización flexible” a la que pertenece el ser humano.

El cambio implacable de las conjeturas

La aparición de nuevas creencias (algunos autores les llaman paradigmas) ha venido invalidando lo que antes hacia mucho sentido, y este solo hecho le ha significado una amenaza a cada generación anterior. Por naturaleza, los actores de cada generación se han esforzado para hacer una gallarda defensa de lo mejor de su tiempo. “Todo tiempo pasado fue mejor”, reza el pensamiento popular y al tenor de él, cada uno de nosotros siempre ha tenido razones que esgrimir para justificar el rechazo a los nuevos paradigmas. Otras veces no se expresa con razones sino con actos, algunos racionales, otros, irracionales.

A medida que ha venido aumentando el contacto y la interdependencia de las naciones, y en general, las posibilidades de comunicación entre personas, entre grupos, entre organizaciones, entre sectores, entre estados y entre naciones, el sistema total alcanza puntos de fatiga cada vez con mayor frecuencia, y la población entera del globo no está preparada para grandes cambios de realidad en cortos períodos de tiempo.
Las ideas básicas de la modernidad ya no son totalmente válidas hoy. La creencia de que el ser humano es la “gema’ de la creación no es completamente sostenible, sobre todo cuando tomamos conciencia del enorme deterioro que le hemos infligido a la naturaleza. Cuando asumimos también que se gastan cantidades torrenciales de recursos económicos para el exterminio del hombre que no se somete a las ideas predominantes. La creencia de que la humanidad va encaminada a un paraíso armónico llamado progreso tampoco puede sostenerse. Las conquistas materiales en aras del confort han creado más bien un vacío existencial. Las organizaciones que hoy luchan para ganarse un lugar en el mercado, lo hacen a costa de dejar sin empleo a millones de personas.

Mientras el progreso llega a las organizaciones, la pobreza invade a la sociedad civil. Hablarnos de pobreza de propósito, pobreza de proyectos de superación, pobreza de opciones, alejamiento de las razones del ser, porque se ha tenido que transigir para poder sobrevivir. Se ha llegado a un punto de ruptura con el estado de cosas, que parece que el ser humano está dispuesto a llegar a las últimas consecuencias para rescatar su esencia. Las luchas étnicas, las huelgas de hambre, la remoción de gobernantes por la sociedad civil, el cuestionamiento del estado por la vía de la lucha armada, el espionaje interpartidista, la corrupción, los golpes de estado, en fin tantas y tantas manifestaciones en contra de un sistema con el que cada vez menos personas parecen estar de acuerdo.

La caída de la modernidad

Pasamos súbitamente de una época en la que para pertenecer al sistema había que aceptar con sumisión las normas del mismo, a una era en la que se está sometiendo al sistema a la fuerza de las diferencias individuales. Se ha venido abajo el mundo dominado por los varones, se han desplomado las ideologías, se han cimbrado las organizaciones religiosas, se han derrumbado los principios científicos. A medida que se ha ganado conocimiento, ha crecido la injusticia y la desigualdad.

Pasamos de una época en la que los centros de poder se abrogaban el derecho exclusivo del conocimiento, constituyéndose en monopolios de la verdad. Cuando aparecía algún trasgresor de la verdad oficial era repudiado y separado del sistema, tal corno ocurrió con la excomunión de Newton y de Galileo. Personajes como ellos, como Descartes y muchos otros creadores del pensamiento moderno, inspiraron sin duda el diseño de la sociedad moderna. De aquellos tiempos arranca el concepto actual del espacio, del tiempo, de nuestro sistema planetario. También, los sistemas filosóficos que han inspirado a la ética y la estética de la modernidad. La pasión por la verdad que tiene el ser humano sólo es superada por afán de idealización, es decir, tan pronto descubre una nueva verdad, quiere que esta se perpetúe, y que todas las aplicaciones derivadas de ella se conviertan en un imperativo universal. Podemos afirmar que el ser humano es dogmático por naturaleza, y si hay algo que le cuesta trabajo cambiar es su propia verdad.

Nuestro mundo ha tenido desde siempre una lucha incesante por el control del conocimiento y de la verdad, pero tenemos que aceptar que una parte intrínseca del conocimiento es la modificación de sí mismo: más conocimiento conduce a nuevo conocimiento y a más ignorancia. Hemos crecido con la idea que el conocimiento nos libera y para ello blandimos armas de ‘la verdad’ para apartar a los agentes externos que nos oprimen y nos limitan, sin darnos cuenta de que el concepto en su virtud misma tiene su más grande defecto. Hemos sido entrenados para conceptualizar y para aceptar y manejar conceptos, pero predominantemente para manejar datos. Se nos ha hecho creer que al mundo que nos rodea sólo lo podemos percibir con el razonamiento, y se nos ha negado la legitimidad de percibir la realidad a través nuestros sentimientos e intuición. Se nos ha vendido la idea de que la razón de ser de los humanos es la búsqueda de su ideal, cuando verdaderamente a lo que podemos genuinamente aspirar es a encontrar nuestra realidad.

La naturaleza del hombre ha tendido siempre a ser idealizada y contra esa “norma ideal’ secularmente hemos sido juzgados, premiados y castigados. ¿Quién impone la norma?.

Con la expansión del conocimiento y el avance tecnológico el ser humano ha venido siendo expuesto a escenarios inimaginables que le han dado más conocimiento y por ende, la posibilidad de contar con nuevas verdades, hasta llegar a un punto en el cual se cuenta con tal cantidad de nuevas verdades, que las viejas comienzan a derrumbarse en medio de la defensa estéril, pero agresiva que hacen sus custodios del pasado. Al ser humano le cuesta trabajo pasar de una verdad a otra, de una realidad a otra, cuando es por su propia iniciativa que se crea más conocimiento y con él nuevos marcos de referencia para percepciones novedosas que habrán de impulsar nuevas conjeturas. El caudal de nuevas verdades ha crecido tan vertiginosamente que ha sido copada nuestra capacidad de asimilación. Esa es la tesitura en que se encuentra la humanidad ahora y requiere de la organización flexible.

La llegada de la posmodernidad

Al haberse derrumbado los monopolios de la verdad con los que se guiaba (manipulaba) a la humanidad y habiendo desaparecido el control de ésta por un pequeño núcleo de poderosos, empieza a ocurrir que la verdad toma cauces de masificación y con ello, aparecen multiplicidad de conceptos, de conjeturas de paradigmas, hecho que obliga de manera natural a los centros del poder, tradicionalmente al frente del control de la verdad, a abrirse a otras realidades, toda vez que sus mecanismos de influencia han venido perdiendo progresivamente efectividad. Las decisiones del gran sistema ya no las pueden tomar sólo los altos jerarcas, dado que por definición hoy ya nos les es posible abarcarlo todo. Antes una verdad duraba siglos, hoy vivimos en la fugacidad de la verdad; y es precisamente esto lo que ha venido a plantearle un jaque al gran engendro de la modernidad: la organización burocrática, que no es flexible.

La propia fuerza de la naturaleza del hombre se está imponiendo y en su acción ha venido llenando al presente de tal cantidad de nuevas realidades, que los diques de la modernidad ya se han venido abajo al igual que el muro de Berlín. Esto es precisamente el presagio del fin de la organización burocrática, la organización que le fue provechosa al hombre, pero que ahora no sólo no lo es, sino que le resulta perniciosa y en algunos casos hasta letal.

La humanidad en consecuencia de su tortuoso devenir, se ha ganado el mérito de vivir en medio de una nueva organización flexible que no lo obligue a parecerse a un ideal, que no lo fuerce a aceptar valores con los que disiente, una organización que le permita manifestar plenamente su ser, con autenticidad, con frescura, con candor. Una organización capaz de poner al ser humano por encima del interés puramente material; una organización flexible en la que la productividad sea el fruto de la creatividad y no el resultado de la eliminación de toneladas de “carne humana”.

La posmodernidad nos está forzando a rescatar al ser humano de la organización burocrática. Nos ha planteado desafíos que muy pronto habrá que vencer. Cuándo llegará el momento en que La Comisión de los Derechos Humanos confronte y demande a las organizaciones burocráticas no flexibles, por estar dañando a la humanidad. La cesantía es, por ejemplo, una enfermedad social en la posmodernidad que requiere atención inmediata. Nos acercamos a un momento histórico en que las organizaciones burocráticas tienen que rediseñarse con el concurso de todos sus integrantes. Ha llegado el momento de incorporar la visión parcial e individual que cada integrante tiene de su organización a una visión de conjunto, para conseguir decisiones plurales con las que todos están comprometidos, sin detrimento de favorecer la ocurrencia de las decisiones singulares en las que por definición sólo una persona o un pequeño grupo puede tomar, con la confianza y el respaldo de la mayoría. Ha llegado el momento de flexibilizar la toma de decisiones y diseminar los centros dé poder. Las decisiones deben de tomarse en el punto de la organización donde se encuentra la información, la experiencia, el conocimiento y sobre todo “la oportunidad’, esto la hace flexible. Este punto ya no es solamente donde se encuentran los jerarcas.

Ha llegado el momento de inundar a las organizaciones de talento y crear las condiciones para que éste sea puesto al servicio de las metas supremas de la organización y de las metas particulares de los individuos. Ha llegado el momento de cristalizar la propia ciencia de la organización flexible, que le permita cuestionarse a sí misma, que le libere de los dogmas y le acerque a su propia realidad cotidiana.
Para conseguirlo, habrá de aumentar su nivel de conciencia, habrá de descubrir su ontología, habrá de romper los anclajes seculares que le sujetan a las verdades caducas, habrá de crear una nueva mentalidad. Habrá de aceptar que el ser humano no es la “gema” del universo, tendrá que aceptar que la realidad no es armónica ni perfecta, sino que es más bien caótica. Deberá de aceptar que un solo principio no es válido para todos ni para todas las situaciones, que una norma funciona bien en una latitud, pero es inoperante en otra. Tendrá que aceptar que no hay totalidades, que la verdad no obliga a todos. Tendrá que reconocer que la defensa irracional de la uniformidad sólo conduce a la rigidez primero, y después a la muerte; que en la pluralidad de escenarios, de estratos, de conjeturas, de ideales, de inquietudes está la simiente de una nueva verdad que día con día será más fugaz.

Tendrá que aceptar que vivimos en un mundo fractal, un mundo caótico y desordenado, que necesita ser reconocido como tal y aceptado, para de ahí partir en busca del aprendizaje para manejar con éxito el mundo de la fractalidad.
Tendrá que reconocer la inmanencia de la fractalidad a través de los siguientes principios:

Los principios de la fractalidad en la organización humana

  • Los sistemas humanos son imperfectos.
  • La pluralidad y la ambivalencia son una constante.
  • Los estados de exclusividad no son perdurables.
  • El caos es la mejor representación ontológica de la libertad.
  • La verdad es fugaz.
  • Donde hay actividad humana hay deterioro.
  • Las acciones del hombre no necesariamente son siempre la síntesis de sus antecedentes.

Una nueva conciencia en torno a estos principios habrá de forzarnos hacia el reaprendizaje, por dos simples razones: los instrumentos de lectura de la realidad que aprendimos ya no tienen fidelidad; la destreza que desarrollamos para manejar la realidad ya no funciona; la realidad de hoy es diferente y mañana será distinta. Esto nos precipita hacia un nuevo desafío: desarrollar una mentalidad fractal que impulse una gran variedad de acciones sin apego o dogma alguno, para no sólo sobrevivir, sino para progresar en el caos y que constituya la base para la organización flexible.

En la modernidad llegó a ser de mucho provecho primero la mentalidad lineal, aquella que nos permitía reconocer antecedentes para proyectar escenarios futuros; cuando se aceleró el proceso de cambio del mundo moderno, fue necesario recurrir a la mentalidad exponencial, como alternativa lógica para predecir la variabilidad de las tendencias. Todo esto fue válido mientras predominaba la noción del tiempo ‘mecánico’. En la posmodernidad, la era del tiempo vivificado por la acción humana, se requiere una mentalidad fractal como recurso para impulsar una cultura para la organización flexible.

Una primera versión de este artículo se publicó en la revista
Management Today en español, mayo de 1994; pp. 13-19.

*Alejandro Serralde es consultor en efectividad organizacional,
Presidente de la firma Reddin Consultants.

Categorías

Categorías

Post recientes

¡Regístrate!

y obtén noticias y actualizaciones

Desde ahora podrás estar informado sobre los temas más relevantes del sector, así como tendencias y novedades que puedes aplicar en tu empresa.

Quizá te interese...