*Alejandro Serralde S.
Es sin duda difícil tratar de hacer una crónica de la evolución gerencial en México, sin tener que aludir a la evolución de los mercados en función de las condiciones sociopolíticas y económicas prevalecientes. El empresariado, siendo el motor del desarrollo del elemento central de la economía: el trabajo, marca las pautas para el encauzamiento de las organizaciones, que son el punto de unión entre la iniciativa y la implementación. Para que este punto de unión logre conseguir su propósito, toca a la gerencia hacer posible su adecuado funcionamiento.
El empresariado mexicano, para expresarlo con todo rigor, ha venido de menos a más, quizá por una serie de circunstancias no siempre atribuibles a él; sin embargo, es menester poner en claro que el empresariado cabal es aquel que es capaz de crear las condiciones que requiere toda iniciativa, hecho que le confiere la total responsabilidad de ejercer una influencia en cualesquiera centros de los que dependan esas condiciones. Es decir, le toca influir en sectores económicos, grupos de poder político, grupos sociales, etc. para asegurar que se cuenta con el conjunto de condiciones que requieren las iniciativas.
Así las cosas, es preciso reconocer que en nuestro país han operado cambios dramáticos en la forma y ritmo de hacer empresa y, en consecuencia, en la forma y ritmo de hacer gerencia. Antes se arriesgaba a la segura, gracias al proteccionismo. Hoy se arriesga el todo por el todo en medio de la globalización. Los Aurrerás de antes no tenían porqué temer a los Wallmarts, ni las Modelos a las Busch Anhauser. Las Coronas desafiaban a las Colgates, dada la permisividad de los Gigantes. Vale reconocer que los Bimbos han desafiado a los que se han presentado dentro o fuera del territorio nacional.
Hacia 1973 el conservadurismo empresarial era patente y por ende la atmósfera circundante de las organizaciones.
Hacia el año de 1973 el desarrollo empresarial del país se encontraba en un nivel francamente incipiente dado el proteccionismo del gobierno que le había apostado a la fórmula de desarrollo basada en la sustitución de importaciones. El país requería divisas que el petróleo todavía no era capaz de generar en cantidades interesantes y había la intención de estimular la capacidad competitiva de la empresa mexicana en el extranjero. Pocas, muy pocas, eran las empresas y las ramas económicas que se atrevían a salir al mercado internacional. El país se encontraba celosamente cerrado y protegido de la acechanza de las villanas transnacionales.
Los grandes fabricantes nacionales de bienes de consumo y de consumo duradero ostentaban un lugar en el mercado, quizás no tanto por su calidad, sino por el proteccionismo. Para algunos, había tentación de tener bienes importados; las campañas oficiales en contra del contrabando resultaban simpáticas, pero inefectivas.